Vivir despacio se convierte en una elección de valor para profesionales
- Walter Rivera
- 29 jul
- 2 Min. de lectura
En un entorno saturado de notificaciones, tareas pendientes y estándares de productividad sin pausa, el consumidor urbano comienza a buscar una alternativa: el slow living. Esta filosofía de vida, centrada en la calma, la intención y el disfrute del presente, está ganando fuerza como respuesta al agotamiento colectivo.

(M&T)-. El slow living (vivir despacio) se posiciona como una nueva forma de bienestar para profesionales, emprendedores y consumidores que cuestionan la lógica de “estar siempre ocupados”. En América Latina, esta tendencia se refleja en el aumento del interés por prácticas como el yoga, la meditación, el diseño de interiores minimalista, los rituales cotidianos conscientes y la desconexión digital programada.
Según un informe de Euromonitor 2025, más del 54 % de los consumidores latinoamericanos prioriza hoy experiencias que reduzcan el estrés y favorezcan su salud mental, aun por encima del precio o la inmediatez. Este cambio de comportamiento impulsa el crecimiento de nuevas categorías de productos y servicios vinculados a la pausa y la atención plena.
Marcas emergentes en sectores como cosmética natural, mobiliario funcional, infusiones relajantes, editoriales independientes y plataformas de bienestar digital están capitalizando este giro cultural. “Ya no se trata solo de vender productos, sino de acompañar al consumidor en su decisión de vivir con más intención y menos prisa”, explica Isabela Román, fundadora de una startup costarricense de productos slow.
La adopción del slow living no es solo estética o superficial; implica también una revisión de prioridades financieras, laborales y sociales. Esto incluye desde trabajar menos horas (cuando es posible) hasta rediseñar el consumo con criterios de sustentabilidad, utilidad real y valor emocional. En este sentido, el movimiento se alinea con otros fenómenos como el minimalismo, el quiet luxury y el wellness consciente.
En paralelo, sectores tradicionales como el turismo, la alimentación y la moda están adaptando sus propuestas. El auge del turismo de bienestar, las experiencias gastronómicas de proximidad y la moda ética de ciclos lentos son señales claras de que el consumidor busca más calidad de vida y menos saturación.
En una región marcada por el estrés económico y la presión social por “rendir al máximo”, el slow living ofrece una alternativa silenciosa pero poderosa: recuperar el control del tiempo como el recurso más valioso. Y las marcas que entiendan este cambio no solo venderán más: se volverán necesarias para una vida más equilibrada.