La flotación sucia: Entre la disciplina monetaria y la intervención estratégica
- Walter Rivera
- 1 jul
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En América Latina, donde la estabilidad cambiaria suele ser frágil y los choques externos recurrentes, los bancos centrales han adoptado un enfoque híbrido para gestionar sus monedas.

(M&T)-. A diferencia de la flotación libre (donde el mercado determina el valor del tipo de cambio sin interferencias), la mayoría de los países de la región optan por un sistema conocido como “flotación sucia” o “flotación administrada”. Esta estrategia les permite cierta flexibilidad monetaria sin renunciar por completo a la intervención oficial.
En términos simples, la flotación sucia implica que el banco central permite que la moneda fluctúe, pero interviene en el mercado cambiario cuando considera que las variaciones son excesivas o inestables. Esta práctica se ha convertido en un mecanismo clave para amortiguar volatilidades abruptas y proteger objetivos macroeconómicos como la inflación o la competitividad de las exportaciones.
Los casos de Brasil, Perú, Chile y Colombia ilustran bien este enfoque. En el caso de Brasil, por ejemplo, el Banco Central interviene vendiendo o comprando divisas cuando el real se deprecia o aprecia más allá de lo esperado. Según un informe del FMI (2023), Brasil realizó operaciones en el mercado cambiario por más de USD 30.000 millones entre 2020 y 2022 para evitar episodios de overshooting.
Por su parte, el Banco Central de Chile ha desarrollado un marco de intervención transparente con comunicados públicos y límites establecidos. Esta política ha sido valorada por organismos multilaterales como el Banco Mundial, al considerar que mejora la credibilidad institucional y reduce la especulación. En el caso de Perú, la flotación sucia ha sido clave para anclar expectativas inflacionarias pese a los vaivenes políticos.
La lógica detrás de esta estrategia responde a las características estructurales de las economías latinoamericanas: alta dependencia de materias primas, mercados financieros poco profundos y exposición a flujos de capitales volátiles. Una flotación totalmente libre podría traducirse en crisis recurrentes, mientras que un tipo de cambio fijo podría agotar reservas o erosionar competitividad.
Sin embargo, este modelo también plantea desafíos. Las intervenciones deben ser oportunas, limitadas y bien comunicadas, de lo contrario pueden generar incertidumbre o afectar la credibilidad del banco central. La línea entre estabilizar el mercado y manipularlo puede volverse difusa, y los costos en reservas internacionales pueden ser significativos si se sostienen en el tiempo.
La tendencia global apunta a fortalecer los marcos de política monetaria basados en metas de inflación con tipos de cambio flotantes pero intervenidos solo en casos excepcionales. En este contexto, América Latina ha desarrollado una “doctrina” propia: realismo pragmático, donde el dogma se subordina a la estabilidad.
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