La economía de la resiliencia redefine la estrategia regional
- Walter Rivera
- hace 3 días
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La economía internacional vive un momento de transición complejo. Tensiones geopolíticas, volatilidad energética, inflación persistente y riesgos tecnológicos están configurando un escenario altamente incierto para 2026. En este contexto, gobiernos y empresas avanzan hacia un mismo objetivo: construir una economía de la resiliencia, capaz de resistir shocks inesperados y mantener la estabilidad en medio de crisis recurrentes.

(M&T)-. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el crecimiento mundial para 2026 dependerá de la capacidad de los países para reforzar su estabilidad macroeconómica, diversificar exportaciones y fortalecer sus sistemas financieros. En regiones vulnerables como América Latina y el Caribe, la resiliencia se ha convertido en un componente estratégico de competitividad, especialmente en economías sensibles a fluctuaciones en precios de materias primas, eventos climáticos extremos o crisis políticas.
Los gobiernos están adoptando medidas que buscan equilibrar prudencia fiscal con estímulos selectivos. Países como Costa Rica, República Dominicana y Panamá están apostando por la diversificación productiva, impulsando sectores como tecnología, logística, turismo sostenible y energías renovables. A la par, se fortalecen el ahorro público, la transparencia fiscal y las reservas internacionales para mitigar el impacto de fluctuaciones externas.
La resiliencia también se construye desde el sector privado. Las empresas de la región están ajustando sus modelos operativos, fortaleciendo cadenas de suministro, invirtiendo en digitalización y incorporando sistemas de gestión de riesgos. La presencia de estrategias de continuidad operativa, ciberseguridad y análisis de datos se ha vuelto esencial para enfrentar un entorno donde las interrupciones pueden surgir desde conflictos internacionales hasta fallas tecnológicas masivas.
El impacto climático agrega otra capa de complejidad. Sequías, inundaciones y desastres naturales continúan afectando industrias como agricultura, energía y transporte, lo que ha llevado a la región a priorizar inversiones en infraestructura resiliente, gestión hídrica y energías limpias. La adopción de políticas de adaptación climática ya no es una opción ambiental: es un requisito económico para evitar pérdidas millonarias y proteger el empleo.
La economía de la resiliencia implica también un cambio en la cultura empresarial y gubernamental. La capacidad de anticipar riesgos, reaccionar con rapidez y mantener operaciones en contextos adversos se convierte en un diferencial competitivo clave. En un mundo marcado por la incertidumbre, los países y compañías que logren fortalecer su resiliencia no solo sobrevivirán, sino que podrán capitalizar oportunidades en mercados globales más exigentes y fragmentados.





